lunes, 18 de abril de 2011

Ojalá no fuera cierto

Queridos lulilectores...

En realidad, pretendía narrar una tranquila y agradable entrada sobre la pasada noche de luna llena, pero lo voy a aparcar un poco porque ahora mismo ardo en llamas de la indignación que me recorre por dentro.

¿Cuál es el motivo de mi alteración? Puede que os preguntéis. Bien, pues acabo de tener una discusión con mi compañero de piso sobre temas generales de la vida, y el resultado me ha enervado considerablemente.
Todo ha empezado de la manera más inocente, durante la cena, cuando le contaba a Sujeto X (mi compañero, cuyo nombre empieza por X), que hoy en clase he asistido a una exposición de unos compañeros que han tratado el tema de la publicidad infantil (tanto la publicidad que emplea  a los niños para sus reclamos, como los anuncios que se dirigen a este tipo de público, es decir, nuestros más tiernos infantes). Los compañeros han aportado una serie de datos de lo más escalofriantes, como que, actualmente, debido a los anuncios tan cargados de connotaciones ideológicas que nos bombardean constantemente (sexo, juventud, belleza, felicidad...), y a los que frívolamente nos hemos acostumbrado, muchos niños intentan comportarse como los adultos a edades insanas: nos imitan en todo lo que hacemos. Esto puede parecer de lo más normal, pero la manera en que nosotros, los adultos, nos comportamos en la sociedad moderna, dista mucho de ser "normal".

¿Cuál es la consecuencia de esto? Que los niños pequeños emulan modelos desviados y torcidos: no hace falta ser ningún experto para darse cuenta de lo podrida que está nuestra sociedad en muchos aspectos. Los anunciantes, en su afán de expansión comercial, han adelantado la edad de los pre-adolescentes (habitualmente situada en la franja de los 12 a los 14 años, más o menos), hasta situarla en los 6-7 años. Por poner cualquier ejemplo: los anuncios que deleitan a las niñas con la muñeca Barbie, que aparece en anuncios medio desnuda, maquillada y luciendo un cuerpo escultural. Esto, a la larga, provoca que los niños pierdan creatividad, imaginación y desarrollen problemas de carencia de personalidad cuando alcancen una edad adulta, según mis compañeros.

Bien. Escribiendo estos párrafos, me he dado cuenta de que he proporcionado información insuficiente para abordar de una manera mínimamente adecuada los puntos principales que mis compañeros han expuesto en clase, así que no voy a entrar en detalles. Me centro en la discusión.

¿Cómo ha empezado la discusión? La cosa ha sido sencilla: después de exponerle a Sujeto X los datos que he comentado arriba, pero de manera más desarrollada y efusiva, él me ha mirado con cara de asco y me ha soltado en mis morros:

-Luli, sinceramente, si quieres que te diga la verdad... me da igual. Creo que ese tipo de chorradas son tonterías, que la gente se las inventa para intentar echarle las culpas a algo que no existe, y es una bobada perder el tiempo de esa manera.

He saltado. Antes de seguir narrando la discusión, voy a describir a mi compañero de piso brevemente, para que os situéis. Se trata de un muchacho de 20 años de edad, de familia pudiente, que estudia Medicina en la universidad privada. Parece gay -no descarto que lo sea- y tiene un carácter elitista, machista y, a la vez, vulgar, por paradójico que suene. Es decir, que no le importa alardear de su dinero, renegar de los mendigos pero, al mismo tiempo, el único canal de televisión que mira es Telecinco (con toda su programación basura incluida).

Dicho esto, debéis saber que, para nada, me considero la portadora de la verdad absoluta, pero  llevo tres años estudiando Comunicación Audiovisual, y he tenido bastantes asignaturas en las que he tratado problemas relacionados con las teorías de la comunicación, la manera en que los medios están estructurados y algunas nociones básicas sobre la gran, magnánima y todopoderosa Industria Cultural, que todo lo arrasa.

Así pues, ahora sí. He saltado.

-¿Pero cómo diablos puede darte igual? -le he recriminado.

-Yo soy feliz -me ha contestado, y poniéndose ya en guardia-. Yo no me creo todo eso de que los videojuegos impulsan la violencia, de que la televisión engaña a las personas y que haya alguien intentando controlarnos.

Y ahí ya he explotado, hemos empezado a discutir. Ha sido una discusión extraña porque, por un lado, el muchacho me daba una rabia increíble con sus descafeinados argumentos, tan catetos, y me he sentido incapaz de respetar su opinión. Pero, por otro, me ha dado verdadera lástima, porque es una auténtica víctima de este gran y enorme sistema totalizador en el que desgraciadamente vivimos.

Para resumir un poco, he intentado abrirle los ojos al problema, y lo que me ha molestado tanto ha sido su terca postura de mantenerlos cerrados. Le he hablado de la sociedad del conformismo, de las masas, del hatajo de ciudadanos acríticos que hoy somos; una masa homogeneizada y controlada desde fuera, manipulada, maniatada, dominada, sometida. No somos personas, somos consumidores, y como a tales se nos trata. La hegemonía de la publicidad, los cánones impuestos por el gran negocio de esta agresiva Industria Cultural en la que vivimos, los problemas de comunicación, el poder de los medios, el sentido unidireccional que los caracteriza, la sobreinformación que conduce a la desinformación; el factor borrego, en general.

¿Y qué creéis que me ha contestado? ¡Que le da igual! Él es uno de tantos que, más que convivir, se arrodilla ante este negocio aceptado, con esta realidad que subyace a los medios de comunicación, y que suplanta a la verdadera realidad: nos movemos en el reflejo de un espejo y hemos olvidado que fuera de eso hay  algo más, cosas que no se nos ofrecen, pero que podemos necesitar igualmente. Se me cae la cara de vergüenza, y noto un gran peso en el corazón, al descubrir que una persona como él, inteligente, universitario, un futuro médico, esté tan tremendamente domesticado y a una edad tan temprana. Disfruta con programas como Gran Hermano, aun a pesar de ser consciente de que son basura y de que no aportan nada al espectador -excepto un considerable alivio sobre la parte más voyeur de cada uno-, imita a la Esteban con lo del pollo, da gracias cada día al Altísimo por su Blackberry y su iPod y ES FELIZ chateando con sus 300 amigos del Tuenti, y plantando espárragos  adictamente en el puñetero juego de la granja que la red social ofrece.

¿Y todavía me dice que él no está esclavizado? Según él, claro que sabe que "la gente intenta vendernos cosas" (refiriéndose con términos vacíos y limitados a la industria de la moda, de la cirugía estética, de algunos modelos de comportamiento social como "la marginación de los gordos y subnormales", según sus propias palabras, y otras cuestiones que han surgido a lo largo de la conversación). Pero Sujeto X es feliz dentro de la sociedad tal y como está, porque él solo no va a cambiar el mundo y, por ende, ¿qué sentido tiene reconocer el problema? Ama a Disney, Crepúsculo, Zara, la Coca-Cola y a Lady Gaga, y DEFIENDE CON UÑAS Y DIENTES QUE ÉL ES UN HOMBRE LIBRE AL QUE NADIE NUNCA HA MANIPULADO.

¿Nos hemos vuelto todos locos ahora o qué? Ha sido muy intransigente conmigo cuando le he hablado del "factor hipermercado" de los medios de comunicación, por ejemplo (también conocido como "Agenda Setting"), o cuando le he dicho que hoy en día nos comportamos según los dictados de la publicidad, del márketing o de los modelos que aparecen en la televisión, la radio, las revistas, Internet... Lo ha negado todo, ha gritado bastante y, finalmente, me ha espetado:

-Y perdona, pero ahora voy a ver en el ordenador capítulos atrasados de Aída.

Sinceramente, esta conversación me ha dejado tan asustada como estupefacta. Quiero decir: ¿qué tipo de valores estamos inculcándonos a nosotros mismos, y de qué modo hemos podido llegar tan lejos? ¿Cómo es posible que un joven de hoy en día, repito, universitario, educado en los mejores colegios privados, futuro médico y de inteligencia extraordinaria, esté tan rematadamente ciego al mundo y a la vida? ¿Cómo puede darle igual que otros estén manipulándole -manipulándonos a todos- y, en vez de rebelarse contra quienes le someten, lo haga contra quienes le digan que está sometido? ¿Hasta qué punto vale el "ojos que no ven, corazón que no siente"? ¿Cómo puede ser que prefiera mirar Sálvame Deluxe antes que leer Sentido y Sensibilidad de Jane Austen -esto es real? ¿Cómo hemos podido llegar a esto, a este punto escandaloso, en el que todo nos da igual y solo queremos dejarnos seducir por los medios, la publicidad, la moda, la belleza? ¿Somos realmente conscientes de lo desalentador que es nuestro porvenir en este mundo si lo dejamos en las manos de la generación que ahora será nuestro futuro? ¿Vale la pena sacrificar lo que está por llegar a cambio de un poco de  esta superflua comodidad pasajera de la que ahora "disfrutamos" (porque no la disfrutamos, nos hacen creer que la disfrutamos)?

Sinceramente, esto me parece muy triste e inquietante. Menudo apocalipsis nos espera si las cosas no cambian pronto, y a mejor.

He hablado hoy desordenadamente sobre estos temas, ya os lo digo. En dos años, he tenido la oportunidad de leer y comprender un poco mejor estos hechos que hoy he comentado, pero ahora estoy aún demasiado alterada como para detenerme a exponerlos con orden y coherencia. Esto ha sido un pensamiento personal en el que critico la sociedad que le ha inculcado ese pensar (o no pensar, mejor dicho) a mi pijo, repelente y acrítico compañero de piso. Recurro a una célebre cita bíblica, algo modificada, para resumir mis impresiones en cuanto a él: "Señor, perdónale porque no sabe lo que dice" -y, aunque lo supiera, lo peor de todo es que creo que le seguiría chupando un pie.

Cuidaos las espaldas, mis queridos lulilectores. Quién sabe si aún podemos escapar.

Besazzos,

*Luli*

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