Queridos lulilectores...
Hoy me he quedado mirando a un niño durante largo rato. Ha sido en el Mercadona de mi barrio, mientras esperaba en la eterna cola de la caja. Estaba en el carrito, delante de mí, dormitando mientras su madre colocaba con fastidio la compra sobre la cinta. Tenía la cabecita redonda, blanda y apenas cubierta de un rizado cabello.
Yo, mientras le miraba, pensaba en la vida, y en la gran inocencia de la criatura. "Este niño aún no sabe lo que es sufrir, no tiene más preocupaciones que dormir y comer, aún no ha tenido ocasión de sentirse decepcionado o desengañado por personas a las que ama, a las que creía que nunca le fallarían, que siempre le apoyarían en todo". Qué suerte.
Pero, por otro lado, también es verdad que este niño aún no ha conocido alegría, efusión, ilusión, sorpresa... ninguna de esas emociones que nos caracterizan a nosotros los humanos, y que tantas veces consiguen que erremos en nuestros designios a causa de su fuerza envolvente. De repente, sin saber cómo, me he sentido estrechamente ligada a ese pequeñín.
Y me ha venido la pregunta a la mente. Cuando yo era un bebé, ¿alguien se me quedó mirando como yo hoy he observado al bebé? Es posible que, quizá, en mis más dulces tiempos de infancia, cuando mi madre me llevaba de compras o de paseo por la calle, alguien se me quedara mirando alguna vez, pensando cosas parecidas a las que yo hoy he pensado. Quizá ese alguien me viera y se muriera de envidia por mi sana candidez, pero, a la vez, se preguntara en qué me convertiría yo cuando creciese y, para su interior, pensara "ay, pequeña, todo lo que te queda por vivir... Aún no sabes lo que vale un peine".
Porque yo he pensado en ello mientras esperaba en la cola con la botella de agua en mi regazo, aguardando mi turno. Me decía: "Este pequeñín no sabe aún cómo sabe la sangre en la boca del primer porrazo que te das cuando aprendes a andar; aún no sabe lo que es la la frustración cuando nuestros padres nos castigan a no salir porque nos hemos portado mal; desconoce por completo las amarguras de una pelea acalorada con alguien a quien amamos; ignora el sabor de un primer beso, y el dolor por la pérdida de alguien querido... Pobre pequeñín: cuánta suerte tiene, pero, a la vez, qué existencia tan carente de sentido que lleva..."
Y no he podido dejar de cavilar, a partir de ahí, un poco sobre todo. Nuestras experiencias (que incluyen tanto alegrías como penas) nos definen como humanos. Seguro que muchos de nosotros ahora echamos la vista atrás y nos arrepentimos de muchas de las cosas que hemos hecho mal en la vida, y que quisiéramos cambiar, pero es que si no lo hubiéramos hecho, ahora no seríamos como somos, y parece fácil de decir, pero no es tan sencillo de concebir, por lo menos en mi caso. Soy Luli, pero si no hubiera actuado como Luli en el pasado, ahora no sería Luli como Luli. Sería otra Luli, pero no la Luli que soy hoy.
La complicación del tema parece evidente. Por eso me limito a lo que reza el título de mi entrada: obervadores y observados. Hoy el observado ha sido el pequeñín. ¿Habré tenido yo, alguna vez -sin entrar en voyeurismos, por favor-, un observador? ¿Qué habrá sido de él o de ella? Igual que hoy me he sentido conectada o ligada con ese bebé del carrito, a quien nunca más volveré a ver, pero a quien he deseado toda la suerte del mundo, también se la deseo de todo corazón a la persona -si la hubo- que algún día me dedicó estos pensamientos a mí... porque seguro que, en aquel momento, necesitaba un poco de consuelo.
Ha sido una agradable experiencia.
Besazzos,
*Luli*
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