sábado, 30 de abril de 2011

Asperezas

Queridos lulilectores...

Hoy he puesto una lavadora, y se me ha olvidado añadir el suavizante. Ya ves tú qué tontería.

No me he dado cuenta de mi error ni siquiera después de tender la ropa ni nada. ¡Ni tan siquiera tras recogerla! Me veis ahí, tan alelada como de costumbre, doblando mi pijama y pensando: "Uy, qué recto se ha quedado el pantalón, ¿no?". Mientras me duchaba se me ha encendido la bombilla. ¡No había puesto suavizante!

Maldición, eso estropea la ropa, y encima era oscura, más delicada aún si cabe.

Por eso estaban los calcetines tan llenos de asperezas.

Vaya una cabeza la mía. Ya lo sabéis: si ponéis una lavadora... añadid suavizante.

Besazzos,

*Luli*

miércoles, 27 de abril de 2011

Bajo la mirada de la luna

Queridos lulilectores...

El pasado 17 de abril (la noche del 17 al 18 de abril) hubo luna llena. Me enteré por casualidad, mientras observaba tranquilamente el parte metereológico en el telediario de turno. No le di mayor importancia hasta horas después, cuando fui a acostarme. Antes de ponerme el pijama, salí al balcón de mi habitación para cerrar las persianas, y fue entonces cuando alcé la vista al cielo, para verla en todo su esplendor.

El brillo de la Luna atrapó mi mirada, y no pude dejar de contemplarla durante largos minutos sin interrupción. Parecía tan cercana y, a la vez, tan inalcanzable...

Fue una noche límpida y primaveral. El silencio era  casi absoluto: solo se oía el susurro de las hojas de los árboles mientras la brisa arrastraba las ramas; quizá, también, algún lejano rumor de coches, muy tenue, sofocado por la distancia. Recuerdo el aroma de los naranjos, el frescor del aire sobre mis brazos desnudos. En la calle no había nadie, ni un alma.

Estábamos solas, la Luna y yo. La tenía toda para mí, y era maravilloso:  en ese momento pensé que no podía haber nada más especial en el mundo. Comprendí, de pronto, el por qué de toda la fascinación que nuestro satélite ha causado durante siglos y siglos en los hombres; el por qué de tanta literatura, de tanto cine, de tanto arte, de tanto mito alrededor de la Luna. La Luna es magnánima: delicada por una parte, suave y luminosa, pero terrible por la otra, cautivadora, fría, única.

Entonces una idea me vino a la cabeza: "Solo hay una cosa que pueda ser mejor aún que disfrutar de esta Luna tan hermosa aquí sola: disfrutarla en compañía de alguien". Pero el mundo dormía a esas horas, agotado. Y, oh casualidad, justo después de este pensamiento (como si fuera obra de algún avezado guionista que se encargara de mi vida por aquella sola noche), justo ahí, apareció de la nada un hermoso gato negro que caminaba por la calzada.

La primera reacción que me vino fue de susto. Me dije: "Si esto es una señal, ¿debería preocuparme?". Ya se sabe que los gatos negros auguran malos presagios; sobre todo para los supersticiosos. Yo, por suerte, nunca he vivido una desgracia después de toparme con un gato negro, y tampoco soy especialmente supersticiosa, así que, después de unos segundos, me relajé.

Le observé desde mi balcón, silenciosa. Él no se había percatado de mi presencia: se movía por la calle con majestuosidad; sus mudos y elegantes andares me fascinaron durante un buen rato. Todo sucedió de una forma tan casual que pensé que, efectivamente, había alguien detrás, entre bastidores, preparando la escena, puesto que nuestro felino amigo se posó justo delante de mi casa para acicalarse con parsimonia.

No pude resistirme a la tentación y le chisté, aunque con suavidad. Cesó de lamerse la pata y, en seguida, arqueó el lomo e irguió las orejas. Me localizó de inmediato: la luz de la luna se reflejaba en sus ojos, que lanzaban destellos verdes desde el asfalto. El pelaje de su nuca se erizó, y me observó desconfiado. Yo aguardaba, inmóvil a sus reacciones, y acabamos contemplándonos mutuamente durante unos instantes, ambos quietos, ambos en silencio, como midiendo nuestras fuerzas.

Finalmente, agitó brevemente la cola y corrió, ligero, a refugiarse tras el primer coche que vio, sin dejar de mirarme con insistencia, como queriendo comprobar que yo no iba a atacarle. Le dejé marchar sin hacer nada más que mirarle, con una mueca burlona en los labios.

Después de eso ya me despedí de la Luna -impávida espectadora- con una sonrisa soñadora, para retirarme a mi refugio y dejar la noche a merced de la única ganadora de aquel encuentro.

Llamadme loca, pero juraría que me devolvió la sonrisa.

Besazzos,

*Luli*

martes, 26 de abril de 2011

Francotiradores

Queridos lulilectores...

Últimamente, tengo pensamientos raros. De hecho, me pasa que, cada vez que veo edificios altos, ventanas recónditas -escondidas en lo alto de un doceavo piso-, o balcones diminutos a decenas de metros del suelo... pienso en francotiradores.

¿Alguien me podría explicar el por qué de estas maditaciones tan extrañas?

Lo más curioso no es que yo piense como víctima, sino que, de pronto, me sorprendo a mí misma viendo las azoteas y tejados de la ciudad de Valencia, y oigo la voz de mi cabeza diciéndome: "Hmm... desde esa terraza, un francotirador podría perfectamente asesinar a alguien de la calle sin que se le descubriera". O bien, "Con toda la gente que ahora pasa por la avenida, si algún francotirdador disparase a cualquiera en este momento, se armaría un gran revuelo y una gran confusión, y la multitud se alteraría tanto que, por unos momentos, nadie sabría de donde ha venido el disparo. Además, en caso de que alguien averiguara que se trata de un francotirador, ¿cuánto tardarían en localizar la terraza desde la cuál éste ha disparado?"

En fin, lo que yo vengo a decir con esto es que... estoy bastante mal, ¿no? Porque no me he atiborrado precisamente a películas de espías durante estas últimas semanas, más bien al contrario... ¿Por qué narices me ha dado ahora por pensar en francotiradores?

Esto demuestra que mi cabeza y yo nunca vamos por el mismo lado...

Un gran saludo, y besazzos, queridos lulilectores.

*Luli*

P.D.: El otro día vi por primera vez la película El camino de los ingleses, de Antonio Banderas. ¡Descubrí que uno de los personajes femeninos se llama Luli, como yo! Me hizo mucha ilusión saber que no estoy sola en este Lulimundo, y que hay más Lulis pululando por doquier. =)

lunes, 18 de abril de 2011

Ojalá no fuera cierto

Queridos lulilectores...

En realidad, pretendía narrar una tranquila y agradable entrada sobre la pasada noche de luna llena, pero lo voy a aparcar un poco porque ahora mismo ardo en llamas de la indignación que me recorre por dentro.

¿Cuál es el motivo de mi alteración? Puede que os preguntéis. Bien, pues acabo de tener una discusión con mi compañero de piso sobre temas generales de la vida, y el resultado me ha enervado considerablemente.
Todo ha empezado de la manera más inocente, durante la cena, cuando le contaba a Sujeto X (mi compañero, cuyo nombre empieza por X), que hoy en clase he asistido a una exposición de unos compañeros que han tratado el tema de la publicidad infantil (tanto la publicidad que emplea  a los niños para sus reclamos, como los anuncios que se dirigen a este tipo de público, es decir, nuestros más tiernos infantes). Los compañeros han aportado una serie de datos de lo más escalofriantes, como que, actualmente, debido a los anuncios tan cargados de connotaciones ideológicas que nos bombardean constantemente (sexo, juventud, belleza, felicidad...), y a los que frívolamente nos hemos acostumbrado, muchos niños intentan comportarse como los adultos a edades insanas: nos imitan en todo lo que hacemos. Esto puede parecer de lo más normal, pero la manera en que nosotros, los adultos, nos comportamos en la sociedad moderna, dista mucho de ser "normal".

¿Cuál es la consecuencia de esto? Que los niños pequeños emulan modelos desviados y torcidos: no hace falta ser ningún experto para darse cuenta de lo podrida que está nuestra sociedad en muchos aspectos. Los anunciantes, en su afán de expansión comercial, han adelantado la edad de los pre-adolescentes (habitualmente situada en la franja de los 12 a los 14 años, más o menos), hasta situarla en los 6-7 años. Por poner cualquier ejemplo: los anuncios que deleitan a las niñas con la muñeca Barbie, que aparece en anuncios medio desnuda, maquillada y luciendo un cuerpo escultural. Esto, a la larga, provoca que los niños pierdan creatividad, imaginación y desarrollen problemas de carencia de personalidad cuando alcancen una edad adulta, según mis compañeros.

Bien. Escribiendo estos párrafos, me he dado cuenta de que he proporcionado información insuficiente para abordar de una manera mínimamente adecuada los puntos principales que mis compañeros han expuesto en clase, así que no voy a entrar en detalles. Me centro en la discusión.

¿Cómo ha empezado la discusión? La cosa ha sido sencilla: después de exponerle a Sujeto X los datos que he comentado arriba, pero de manera más desarrollada y efusiva, él me ha mirado con cara de asco y me ha soltado en mis morros:

-Luli, sinceramente, si quieres que te diga la verdad... me da igual. Creo que ese tipo de chorradas son tonterías, que la gente se las inventa para intentar echarle las culpas a algo que no existe, y es una bobada perder el tiempo de esa manera.

He saltado. Antes de seguir narrando la discusión, voy a describir a mi compañero de piso brevemente, para que os situéis. Se trata de un muchacho de 20 años de edad, de familia pudiente, que estudia Medicina en la universidad privada. Parece gay -no descarto que lo sea- y tiene un carácter elitista, machista y, a la vez, vulgar, por paradójico que suene. Es decir, que no le importa alardear de su dinero, renegar de los mendigos pero, al mismo tiempo, el único canal de televisión que mira es Telecinco (con toda su programación basura incluida).

Dicho esto, debéis saber que, para nada, me considero la portadora de la verdad absoluta, pero  llevo tres años estudiando Comunicación Audiovisual, y he tenido bastantes asignaturas en las que he tratado problemas relacionados con las teorías de la comunicación, la manera en que los medios están estructurados y algunas nociones básicas sobre la gran, magnánima y todopoderosa Industria Cultural, que todo lo arrasa.

Así pues, ahora sí. He saltado.

-¿Pero cómo diablos puede darte igual? -le he recriminado.

-Yo soy feliz -me ha contestado, y poniéndose ya en guardia-. Yo no me creo todo eso de que los videojuegos impulsan la violencia, de que la televisión engaña a las personas y que haya alguien intentando controlarnos.

Y ahí ya he explotado, hemos empezado a discutir. Ha sido una discusión extraña porque, por un lado, el muchacho me daba una rabia increíble con sus descafeinados argumentos, tan catetos, y me he sentido incapaz de respetar su opinión. Pero, por otro, me ha dado verdadera lástima, porque es una auténtica víctima de este gran y enorme sistema totalizador en el que desgraciadamente vivimos.

Para resumir un poco, he intentado abrirle los ojos al problema, y lo que me ha molestado tanto ha sido su terca postura de mantenerlos cerrados. Le he hablado de la sociedad del conformismo, de las masas, del hatajo de ciudadanos acríticos que hoy somos; una masa homogeneizada y controlada desde fuera, manipulada, maniatada, dominada, sometida. No somos personas, somos consumidores, y como a tales se nos trata. La hegemonía de la publicidad, los cánones impuestos por el gran negocio de esta agresiva Industria Cultural en la que vivimos, los problemas de comunicación, el poder de los medios, el sentido unidireccional que los caracteriza, la sobreinformación que conduce a la desinformación; el factor borrego, en general.

¿Y qué creéis que me ha contestado? ¡Que le da igual! Él es uno de tantos que, más que convivir, se arrodilla ante este negocio aceptado, con esta realidad que subyace a los medios de comunicación, y que suplanta a la verdadera realidad: nos movemos en el reflejo de un espejo y hemos olvidado que fuera de eso hay  algo más, cosas que no se nos ofrecen, pero que podemos necesitar igualmente. Se me cae la cara de vergüenza, y noto un gran peso en el corazón, al descubrir que una persona como él, inteligente, universitario, un futuro médico, esté tan tremendamente domesticado y a una edad tan temprana. Disfruta con programas como Gran Hermano, aun a pesar de ser consciente de que son basura y de que no aportan nada al espectador -excepto un considerable alivio sobre la parte más voyeur de cada uno-, imita a la Esteban con lo del pollo, da gracias cada día al Altísimo por su Blackberry y su iPod y ES FELIZ chateando con sus 300 amigos del Tuenti, y plantando espárragos  adictamente en el puñetero juego de la granja que la red social ofrece.

¿Y todavía me dice que él no está esclavizado? Según él, claro que sabe que "la gente intenta vendernos cosas" (refiriéndose con términos vacíos y limitados a la industria de la moda, de la cirugía estética, de algunos modelos de comportamiento social como "la marginación de los gordos y subnormales", según sus propias palabras, y otras cuestiones que han surgido a lo largo de la conversación). Pero Sujeto X es feliz dentro de la sociedad tal y como está, porque él solo no va a cambiar el mundo y, por ende, ¿qué sentido tiene reconocer el problema? Ama a Disney, Crepúsculo, Zara, la Coca-Cola y a Lady Gaga, y DEFIENDE CON UÑAS Y DIENTES QUE ÉL ES UN HOMBRE LIBRE AL QUE NADIE NUNCA HA MANIPULADO.

¿Nos hemos vuelto todos locos ahora o qué? Ha sido muy intransigente conmigo cuando le he hablado del "factor hipermercado" de los medios de comunicación, por ejemplo (también conocido como "Agenda Setting"), o cuando le he dicho que hoy en día nos comportamos según los dictados de la publicidad, del márketing o de los modelos que aparecen en la televisión, la radio, las revistas, Internet... Lo ha negado todo, ha gritado bastante y, finalmente, me ha espetado:

-Y perdona, pero ahora voy a ver en el ordenador capítulos atrasados de Aída.

Sinceramente, esta conversación me ha dejado tan asustada como estupefacta. Quiero decir: ¿qué tipo de valores estamos inculcándonos a nosotros mismos, y de qué modo hemos podido llegar tan lejos? ¿Cómo es posible que un joven de hoy en día, repito, universitario, educado en los mejores colegios privados, futuro médico y de inteligencia extraordinaria, esté tan rematadamente ciego al mundo y a la vida? ¿Cómo puede darle igual que otros estén manipulándole -manipulándonos a todos- y, en vez de rebelarse contra quienes le someten, lo haga contra quienes le digan que está sometido? ¿Hasta qué punto vale el "ojos que no ven, corazón que no siente"? ¿Cómo puede ser que prefiera mirar Sálvame Deluxe antes que leer Sentido y Sensibilidad de Jane Austen -esto es real? ¿Cómo hemos podido llegar a esto, a este punto escandaloso, en el que todo nos da igual y solo queremos dejarnos seducir por los medios, la publicidad, la moda, la belleza? ¿Somos realmente conscientes de lo desalentador que es nuestro porvenir en este mundo si lo dejamos en las manos de la generación que ahora será nuestro futuro? ¿Vale la pena sacrificar lo que está por llegar a cambio de un poco de  esta superflua comodidad pasajera de la que ahora "disfrutamos" (porque no la disfrutamos, nos hacen creer que la disfrutamos)?

Sinceramente, esto me parece muy triste e inquietante. Menudo apocalipsis nos espera si las cosas no cambian pronto, y a mejor.

He hablado hoy desordenadamente sobre estos temas, ya os lo digo. En dos años, he tenido la oportunidad de leer y comprender un poco mejor estos hechos que hoy he comentado, pero ahora estoy aún demasiado alterada como para detenerme a exponerlos con orden y coherencia. Esto ha sido un pensamiento personal en el que critico la sociedad que le ha inculcado ese pensar (o no pensar, mejor dicho) a mi pijo, repelente y acrítico compañero de piso. Recurro a una célebre cita bíblica, algo modificada, para resumir mis impresiones en cuanto a él: "Señor, perdónale porque no sabe lo que dice" -y, aunque lo supiera, lo peor de todo es que creo que le seguiría chupando un pie.

Cuidaos las espaldas, mis queridos lulilectores. Quién sabe si aún podemos escapar.

Besazzos,

*Luli*

viernes, 15 de abril de 2011

Consejo a futuros universitarios

Queridos lulilectores...

Últimamente, he estado pensando en algunos de mis errores más recientes. En este caso, el error del que ahora me arrepiento es no haberme tomado del todo en serio la universidad. Esto significa que me he limitado a asistir a clase, tomar apuntes, estudiar las materias y aprobarlo todo. La dinámica básica, vamos.

Pero lo que más me preocupa es el tema de los compañeros y de los amigos. Yo he hecho amigos en la universidad, lo cual está muy bien, pero creo que lo mejor hubiera sido "hacer contactos", en vistas ya a un futuro profesional -cada vez más cercano, en mi caso. Es difícil de explicar, lo intentaré.

Cuando, a mis tiernos 18, empecé a estudiar una carrera, todo era nuevo para mí: tanto la administración, como las asignaturas, como los compañeros. Dependiendo del grado de timidez del carácter de cada uno, hablas con más o menos personas, eso es evidente. Pero, lo normal es hablar con más gente al principio de curso, cuando no conoces a nadie. Sucede así porque, con el tiempo, te vas dando cuenta de quiénes tienen afinidades similares a las tuyas, y los grupos se van reduciendo hasta cerrarse completamente, bien definidos (porque es muy difícil mantener como amigos a 100 personas, que es más o menos el número de gente que hay en mi clase).

A mí me pasó un poco eso. Al principio me llevaba (o lo intentaba) bien con casi todos, pero con los años me junté ya con los que ahora son mis amigos, y claro, eso hace que dejes de hablar más con los demás. Incluso, hay gente con la que después apenas he hablado, y eso que al principio sí que lo hacía. Los hay que, además, me caen un poco mal, pero bueno, son la minoría (aunque la gente de mi clase es un poco rara).

¿Qué vengo a decir con todo esto? Pues, básicamente, que tengáis algo de vista y no caigáis en el mismo error que yo: no perdáis el contacto con las demás personas. Hay dos o tres personas en mi clase que tienen "ese don" de llevarse bien con todo el mundo, siempre, hagan lo que hagan, porque caen muy bien y, aunque tienen cada uno sus amigos, en cualquier momento se puede hablar con ellos sin tener esa sensación de que se está traspasando "una frontera" al acercarte a gente que no es de tu grupo. Ésa es la clave.

Me he dado cuenta de que hay momentos en la vida en que uno debe ser ambicioso, y creo que la universidad es un punto clave para esto. Nunca sabes quién puede estar sentado a tu lado mientras tomáis apuntes de una misma asignatura; igual, dentro de un par de años, esa persona y tú os volvéis a ver en el ámbito laboral y, si os dedicáis a lo mismo, puede venirte bien un favor por parte de alguien a quien conoces, para cualquier cosa. Si hablabas con esa persona durante la unviersidad, y hubo una buena conexión entre vosotros, siempre será más fácil cualquier tipo de intercambio en el ámbito laboral: una asociación, cualquier detalle...

Espero que entendáis lo que quiero deciros. En la universidad puedes tener tus amigos, esos compañeros con los que, al final, te vas a sentar todos los días en clase, pero intento darle importancia al hecho de que, a pesar de tener vuestros amigos, no os distanciéis de los demás compañeros de clase, porque nunca sabéis si, en el futuro, va a haceros falta relacionaros con ellos mientras trabajáis (sobre todo porque algunos compañeros míos, por ejemplo, son auténticos cerebritos y valores en alza). Hay que jugar un papel, tragarse la timidez y ser simpático con todos, aunque esa persona no acabe de caerte del todo en gracia; no importa, quizá a la larga lo agradezcáis y todo.

Este ha sido mi fallo. Con 18 años no me di cuenta de esta realidad y es ahora, tres años después y casi acabando la carrera (me queda un año solo) cuando sé que debería haber intentado mantener el contacto con más compañeros: hablar con ellos durante el cambio de clase, regalarles una sonrisa de vez en cuando... solo por si acaso, para ir allanando el terreno en caso de que algún día me los encuentre trabajando en lo mismo que yo.

También es verdad que depende de carreras (por ejemplo, yo me he metido en un mundo muy competitivo), pero, en general, es un consejo que sirve para todas ellas, creedme.

Solo quería compartir este pensamiento con vosotros, para que no os pase lo mismo que a mí en un futuro. Por hoy, ya es suficiente con la lección de moral xD.

Besazzos,

*Luli*

miércoles, 13 de abril de 2011

Tardes de luz dorada

Queridos lulilectores...

Justo ayer por la tarde estaba yo en clase. No es un fenómeno insólito, ya que este año todas mis clases son por la tarde, pero ayer, por primera vez, fui consciente de "la tarde". Y adoré esa tarde. Solo ésa. Ninguna otra.

Me explicaré mejor.

Fue un día normal, como tantos otros. Quizá, incluso, un poco más pesado que de costumbre, porque me pasé toda la mañana haciendo un trabajo, solo hice una breve pausa para comer y, por la tarde, ya tenía clase otra vez. No me sucedió nada excepcional, ni para mal ni para bien. Estuve tranquilamente alternando ratos en los que atendía y ratos en los que no hacía nada (a veces me sucede, no me juzguéis mal xD).

Y, de pronto, sucedió. Hacia las siete, más o menos, entró por la ventana un cálido rayo dorado que nos bañó a todos los que estábamos en el aula y, automáticamente, nos sumió en una especie de placentera irrealidad, tan sólida pero, a la vez, tan lejana como un agradable recuerdo de infancia.

Digo lo del recuerdo de la infancia porque es justo como yo me sentí en aquel momento. Me vinieron imágenes a la cabeza de cuando yo era más pequeña e iba al colegio: las largas horas que, mientras había clase, miraba a través de la ventana, deseando que el tiempo pasara mas deprisa para poder salir pronto y jugar en la calle. La luz que yo veía en aquellos entonces, cuando ya empezaba a hacer calor, era la misma que ayer se coló de improviso por las rendijas de las ventanas del edificio de prácticas donde me encontraba. Una luz densa, metalizada y brillante, pero también cándida y extrañamente mágica, acompañada de un inconfundible aroma a azahar y brisa marina.

Esa luz me cautivó ayer, me trajo muchas imágenes olvidadas a la mente, y no pude menos que compararla con la luz de las tardes de verano, que tan especiales son para mí. Supongo que, si he de verme forzada a elegir, prefiero las tardes de verano, porque son maravillosas; pero tardes como la de ayer ocupan un alto puesto en el escalafón.

Ya sabéis que la primavera, la sangre altera.

Besazzos,

*Luli*

lunes, 11 de abril de 2011

Observadores y observados

Queridos lulilectores...

Hoy me he quedado mirando a un niño durante largo rato. Ha sido en el Mercadona de mi barrio, mientras esperaba en la eterna cola de la caja. Estaba en el carrito, delante de mí, dormitando mientras su madre colocaba con fastidio la compra sobre la cinta. Tenía la cabecita redonda, blanda y apenas cubierta de un rizado cabello.

Yo, mientras le miraba, pensaba en la vida, y en la gran inocencia de la criatura. "Este niño aún no sabe lo que es sufrir, no tiene más preocupaciones que dormir y comer, aún no ha tenido ocasión de sentirse decepcionado o desengañado por personas a las que ama, a las que creía que nunca le fallarían, que siempre le apoyarían en todo". Qué suerte.

Pero, por otro lado, también es verdad que este niño aún no ha conocido alegría, efusión, ilusión, sorpresa... ninguna de esas emociones que nos caracterizan a nosotros los humanos, y que tantas veces consiguen que erremos en nuestros designios a causa de su fuerza envolvente. De repente, sin saber cómo, me he sentido estrechamente ligada  a ese pequeñín.

Y me ha venido la pregunta a la mente. Cuando yo era un bebé, ¿alguien se me quedó mirando como yo hoy he observado al bebé? Es posible que, quizá, en mis más dulces tiempos de infancia, cuando mi madre me llevaba de compras o de paseo por la calle, alguien se me quedara mirando alguna vez, pensando cosas parecidas a las que yo hoy he pensado. Quizá ese alguien me viera y se muriera de envidia por mi sana candidez, pero, a la vez, se preguntara en qué me convertiría yo cuando creciese y, para su interior, pensara "ay, pequeña, todo lo que te queda por vivir... Aún no sabes lo que vale un peine".

Porque yo he pensado en ello mientras esperaba en la cola con la botella de agua en mi regazo, aguardando mi turno. Me decía: "Este pequeñín no sabe aún cómo sabe la sangre en la boca del primer porrazo que te das cuando aprendes a andar; aún no sabe lo que es la la frustración cuando nuestros padres nos castigan a no salir porque nos hemos portado mal; desconoce por completo las amarguras de una pelea acalorada con alguien a quien amamos; ignora el sabor de un primer beso, y el dolor por la pérdida de alguien querido... Pobre pequeñín: cuánta suerte tiene, pero, a la vez, qué existencia tan carente de sentido que lleva..."

Y no he podido dejar de cavilar, a partir de ahí, un poco sobre todo. Nuestras experiencias (que incluyen tanto alegrías como penas) nos definen como humanos. Seguro que muchos de nosotros ahora echamos la vista atrás y nos arrepentimos de muchas de las cosas que hemos hecho mal en la vida, y que quisiéramos cambiar, pero es que si no lo hubiéramos hecho, ahora no seríamos como somos, y parece fácil de decir, pero no es tan sencillo de concebir, por lo menos en mi caso. Soy Luli, pero si no hubiera actuado como Luli en el pasado, ahora no sería Luli como Luli. Sería otra Luli, pero no la Luli que soy hoy.

La complicación del tema parece evidente. Por eso me limito a lo que reza el título de mi entrada: obervadores y observados. Hoy el observado ha sido el pequeñín. ¿Habré tenido yo, alguna vez -sin entrar en voyeurismos, por favor-, un observador? ¿Qué habrá sido de él o de ella? Igual que hoy me he sentido conectada o ligada con ese bebé del carrito, a quien nunca más volveré a ver, pero a quien he deseado toda la suerte del mundo, también se la deseo de todo corazón a la persona -si la hubo- que algún día me dedicó estos pensamientos a mí... porque seguro que, en aquel momento, necesitaba un poco de consuelo.

Ha sido una agradable experiencia.
Besazzos,

*Luli*