lunes, 31 de enero de 2011

Mendigo guapo

Queridos lulilectores...

Hoy he visto a un mendigo que me ha sorprendido por su atractivo físico. No es extraño que me cruce con mendigos en mi camino hacia la universidad o de la facultad a casa. En una gran ciudad como es Valencia, el cuarto mundo se vive más de cerca que en los pequeños pueblos. Es triste, la verdad, y en ocasiones impactante.

Intento ser respetuosa con ellos. Siendo totalmente sincera, es verdad que no siempre los veo (en el sentido de que "me fijo en ellos"), porque, sobre todo cuando voy con prisas (algo habitual), muchas veces ni siquiera los percibo, aunque siempre están en los mismos sitios. Sin embargo, cuando paseo, sí que reparo en ellos: acurrucados en el frío suelo, me los quedo mirando mientras espero que el semáforo se ponga verde, y pienso en qué estarán pensando.

En mi ruta habitual me encuentro normalmente de tres a cinco que siempre se encuentran en los mismos puntos. Los que se ponen en la puerta de los bancos, el hombre del acordeón, el hombre con el perro, y la mujer de la estampita y el cartel de los cinco hijos.

Sí que les he dado monedas, pero no siempre, porque darle a uno implica darles a todos, y no puedo desembolsar, pongamos por caso, cinco euros cada vez que voy a clase o cada vez que vuelvo a casa (que cinco y cinco ya son diez). Me gusta darle al del acordeón, por lo bien que toca, y al hombre del perro, porque se nota que lo quiere bastante: le habla mucho y le tapa con esmero en invierno.

Hoy he visto, de casualidad, a un mendigo desconocido que estaba cerca de otros a los que sí que veo a veces. Yo iba con prisas, y realmente no le hubiera mirado de no ser porque me ha abordado él.

-Buenas tarrdes -me ha dicho con una gran y jovial sonrisa.

Tenía acento nórdico, no sé; quizá fuera alemán, u holandés. Piel sonrosada, grandes ojos cristalinos y unos dientes relucientes. Solo he podido devolverle la sonrisa, pero llevo toda la tarde pensando en él.

No era joven: tendría cuarenta y pico años, pero estoy casi segura de que aparentaba bastantes menos de los que en realidad tenía. Su cara era fresca, suave, pero estaba ajada por las  arrugas y el frío, aunque su tono ha sido educado y simpático. Era guapo. Y yo no le he dado ninguna moneda.

En realidad, mi mirada y la suya se han cruzado solo durante un fugaz instante; el último segundo que yo tenía para cruzar el semáforo antes de que se ponga en rojo tras el último parpadeo. Pero no me lo he podido sacar de la cabeza. He pensado: "chico, con lo guapo que tú eres, levántate y adecéntate un poco; busca cualquier trabajo que, con sonreír un poco, fijo te lo dan".

Y ahí sigue la imagen, fija en mi retina, del mendigo guapo: aquel hombre que, aun a pesar de su belleza (y de su aparente simpatía) le ha ido mal en la vida; o quiere hacer ver a los demás que le ha ido mal en la vida. Quizá, si vuelvo a verle, le lance una moneda.

Besazzos,

*Luli*

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