Queridos lulilectores...
Ha terminado agosto y, con ello, mi mes de vacaciones blogueriles, que ya sabéis que en verano no me animo demasiado a escribir. Creo haberlo contado alguna vez, y es que en verano no puedo escribir porque me pasan tantísimas cosas que no tengo tiempo para sentarme y organizar mis ideas delante de una pantalla en blanco (antes se decía “una hoja en blanco”, pero con este rollo del digitalismo hay que adaptar las frases hechas a nuestros tiempos, aunque sea una memez).
El fin del verano siempre es una etapa dura para mí. Termino mi trabajo habitual en la tienda de ropa en la que llevo varios años ya y comienzo un nuevo curso. Son períodos de transición en los que siempre tengo mucho ajetreo, y anímicamente no estoy al cien por cien porque me acabo quedando con las ganas de unas buenas vacaciones (aunque solo sea una semana, lo que pasa es que nunca se da el caso). Ahora mismo estoy estresadísima con papeleos universitarios varios: asignaturas, matrículas, formularios, plazos de entrega y un largo etcétera. Hoy mismo he terminado mi vida laboral: me han pagado el finiquito, las comisiones, las horas extra... vamos, he estado muy activa en los últimos días.
Dejo atrás un verano agradable. Al principio pensé que se me iba a hacer largo y pesado, pero no, para nada: ha sido igual de corto que todos los demás. Nunca hablo de la magia del verano cuando blogueo, quizá porque yo soy más de invierno y de frío y de soledad (tres conceptos que relaciono a menudo). El verano es todo lo contrario: calor, gente, colores. Digo muchas veces que todos mis veranos son iguales, pero no lo son en absoluto: aunque haga lo mismo una y otra vez, siempre hay pequeñas diferencias que hacen cada verano único y especial.
Éste, concretamente, ha sido un verano de labios rojos, de faldas con vuelo, de miradas cómplices, de palabras nunca antes pronunciadas. He aprendido a ver televisión local en detrimento de la televisión generalista (el TDT tiene alguna que otra utilidad). Se ha convertido en un verano fantástico, maravilloso, sorprendente, repleto de pequeñas delicias cotidianas ocultas en rincones, esperando a ser descubiertas. Intenciones escondidas, suspiros contenidos, sonrisas fáciles y -mejor- duraderas. Ha habido caras nuevas, también otras que no lo eran tanto. Un verano emocionante, con puntos de misterio, situaciones peliagudas y un toque de cine negro: dos robos, uno pulcro, impecable, de guante blanco; el otro ruidoso, chapucero, amateur. Nosotras en medio de ambos, nerviosas, emocionadas, pensativas. Luces azules, preguntas, lágrimas, un toque de malicia, varios de rebeldía. Y risas.
Te he amado, verano 2011. O, bueno, quizá no, pero he sabido apreciarte -o lo he intentado-, aunque, claro, hubiera podido hacerlo mejor. Me ha servido para darme cuenta de errores del pasado que, ahora que sé cómo solucionarlos, me pesan por no haberlos podido enmendar a tiempo. Hubiese sido tan fácil... pero no importa, me quedo con lo bueno, por una vez, con lo sincero -o con lo aparentemente sincero-. Pongo buena fe de mi parte. Eso es positivo.
Ahora dejemos que llegue el otoño. Empezaremos esta cuesta junto con los últimos vestigios de estío, con su aroma peculiar, con su dulce regusto aún en el paladar. Los últimos rayos de sol sobre la piel. Algunas semanas más de bronceado. Buenos recuerdos, mezclados con amargas nostalgias. Muchas dudas. Cierta complacencia. Añoranza.
Por muchos veranos más. Por que todos sean igual de especiales.
Este blog vuelve a funcionar. Como dije en el título, estaba cerrado por vacaciones. Pero las vacaciones han terminado. Bienvenidos de nuevo.
Besazzos,
*Luli*
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